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DISPOSICIONES SOBRE LA DISTRIBUCIÓN DE LA COMUNIÓN EUCARÍSTICA
Decreto del 27 de Abril de 2009


Desde los orígenes la Iglesia apostólica ha manifestado la convicción de fe que los discípulos encontraron con el Resucitado, hacen la experiencia el primer día después del sábado escuchando la Palabra de Dios y su explicación, y partiendo el pan eucarístico (cfr. Lc 24, 13-35; Hech 20, 7-12). San Justino en la I Apología, en el n. 67 testifica el ulterior desarrollo de esta práctica.

Después, la predicación de los Apóstoles ilustraba a los fieles la grandeza del Sacramento del Altar y las disposiciones interiores necesarias para poder participar con fruto, sin correr el riesgo de comer y beber la propia condena (cfr. 1 Cor 11, 29), sino al contrario para que comiendo de aquél pan, Cuerpo de Cristo dado para la vida del mundo, quien crea pueda tener la vida eterna (cfr. Jn 6, 51).

Por lo tanto, es deber del apóstol exhortar frecuentemente a los cristianos para que puedan recibir dignamente el Cuerpo de Cristo plasmando la propia vida a imagen de Aquél que en el sacramento viene recibido.

La piedad y la veneración interior con la cual los fieles se acercan a la Eucaristía se manifiesta también exteriormente en el modo con el cual ellos reciben el Pan consagrado.

La catequesis de los pastores, por lo tanto, que no falte en detenerse incluso respecto a la manera con la cual se puede acercar a la Eucaristía, para que se evite lo más posible que el Santísimo Sacramento de la Eucaristía sea tratado con superficialidad o hasta de manera irreverente o, peor todavía, sacrílegamente.

Debemos, efectivamente, tomar acto que desgraciadamente se han repetido casos de profanación de la Eucaristía aprovechando la posibilidad de recibir el Pan consagrado sobre la palma de la mano, sobre todo, pero no exclusivamente, en ocasión de grandes celebraciones o en grandes iglesias objeto de paso de numerosos feligreses.

Por este motivo está a bien vigilar sobre el momento de la santa Comunión partiendo de la observación de las comunes normas bien conocidas por todos.

La distribución de la Eucaristía se haga de modo sereno y ordenado, se realice en primer lugar por los ministros ordenados (presbíteros y diáconos); solo en ausencia de ellos, por los ministros instituidos para éste propósito (acólitos). Solamente en casos verdaderamente excepcionales se acuda a otros ministros instituidos (lectores), a las religiosas o a fieles bien preparados.

Durante la comunión, quienes acolitan asistan al ministro, en cuanto sea posible, vigilando que cada fiel después de haber recibido el Pan consagrado lo consuma inmediatamente delante del ministro y que por ningún motivo sea llevado a su lugar, ni colocado en los bolsillos ni en las bolsas o en otro lugar, ni tampoco que caiga por tierra y sea pisoteado.

Efectivamente, la Eucaristía es el bien más precioso que la Iglesia custodia, presencia viva del Señor Resucitado; todos los fieles se deben sentir llamados a hacer todo esfuerzo para que esta presencia sea honorada ante todo con la vida, y luego, con los signos exteriores de nuestra adoración.

En todo caso, considerando también la frecuencia de señalamientos de casos de comportamientos irreverentes en el momento de recibir la Eucaristía, disponemos que a partir de hoy en la Iglesia Metropolitana de San Pedro, en la Basílica de San Petronio y en el Santuario de la Beata Virgen de San Lucas en Bolonia los fieles reciban el Pan consagrado solamente de las manos del ministro directamente sobre la lengua.

Recomendamos, entonces, a todos los sacerdotes de recordar al pueblo a ellos encomendado, la necesidad de estar en gracia de Dios para poder recibir la Eucaristía y el gran respeto debido al sacramento del Altar: con la catequesis, la predicación, la celebración atenta y amorosa de los Santos Misterios, educando a los fieles a adorar al Dios hecho hombre con el comportamiento de vida y con la participación cuidadosa en todo, también en los gestos, a la Mesa del Señor.

Exhortamos, finalmente, a los fieles a poner todo el empeño para que la Eucaristía, fuente y culmen de toda la vida cristiana, sea siempre más amada y venerada, reconociendo en ella la presencia misma del Hijo de Dios en medio de nosotros.

Bolonia, desde la Residencia Arzobispal, 27 de Abril de 2009.

+ Cardenal Carlo Caffarra
Arzobispo


La traduzione, non rivista dal Card. Caffarra, è di Dino De Paz Cigarroa