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Jornada para la Vida
Basílica de San Lucas, 1 de febrero de 2009


1. Estimados hermanos y hermanas, el Evangelio de hoy nos muestra la verdad de lo que Jesús nos ha dicho el domingo pasado: "el tiempo se ha cumplido; el Reino de Dios está cerca". Hoy podemos constatar que en la predicación y en el actuar de Jesús el hombre experimenta la cercanía de Dios.

¿De cuál hombre se habla? "un hombre que estaba en la sinagoga, poseído por un espíritu inmundo". Es un hombre que ya no es dueño de sí mismo, que ha perdido su libertad, "poseído" como estaba "por un espíritu inmundo". Que quién era el "espíritu inmundo" es claro para el creyente: es Satanás, el príncipe de este mundo.

¿Es ésta una condición del hombre, la de ser desposeído de su libertad por el poder del mal, lejos de la condición actual? ¿es ésta una imagen del hombre que no se adecúa al hombre de hoy? Estimados hermanos y hermanas, el apóstol Pablo escribe a los Romanos "…a ellos que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en vez del Creador, que es bendito por los siglos" [1,25]. Por eso, estimados hermanos, este es el corazón del drama humano: no reconocer a Dios como nuestro creador conduce al hombre al servicio de las creaturas. La afirmación de la propia autonomía, negando la propia condición de creatura, degrada y desfigura nuestra dignidad real.

Nuestra experiencia íntima y cotidiana confirma la Revelación divina. Si miramos dentro de nuestro corazón, no es difícil vernos inclinados al mal e incapaces de superar siempre sus acechanzas: expropiados, precisamente, de nuestra verdadera libertad que está en la capacidad de hacer el bien.

Por tanto, es a este hombre que en Jesús Dios se hace cercano, con dos modos fundamentales advertidos claramente por quienes encontraban a Jesús: "una nueva doctrina enseñada con autoridad. Manda incluso a los espíritus inmundos y ellos le obedecen". Los dos modos son por tanto una "nueva doctrina enseñada con autoridad" , y el "ejercicio de una potencia liberadora".

El primer modo. Estimados hermanos y hermanas, el conocimiento de la verdad – de la verdad acerca de sí mismo, acerca del bien y del mal – es el primer don que la cercanía de Dios concede al hombre. Es la primera condición para entrar en posesión de nuestra dignidad real. En efecto, nosotros somos libres en la medida que nos sometemos a la verdad.

Sin embargo, aquella de Jesús es una "nueva doctrina". Esta no repite al hombre aquello que él ya conoce, o que todos ya dicen. Es una verdad que el corazón del hombre nunca antes había percibido. La "novedad" es la característica fundamental del universo de la salvación inaugurado por Jesús. El hombre descubre finalmente la verdad entera acerca de sí mismo.

Es una doctrina "enseñada con autoridad". No se trata de una opinión entre muchas: lo que Jesús nos enseña es simplemente la verdad; y la verdad no se discute, se venera: no es para ponernos por encima sino bajo ella.

Estimados hermanos y hermanas, la verdadera raíz de la pérdida de la libertad es el relativismo en que vivimos.

El segundo modo. Jesús no nos enseña solamente la verdad acerca del bien. Él nos concede la fuerza para cumplirla; nos renueva en el interior mediante el don del Espíritu; expulsa el "espíritu inmundo" que nos esclaviza.

El hombre aprende la verdad entera acerca de sí mismo por Cristo y la actúa en la propia vida por obra del Espíritu Santo, que Él mismo nos ha dado.

2. Estimados hermanos y hermanas, nos encontramos en la celebración de los santos Misterios en la casa de María para la 31ª Jornada nacional para la Vida, que este año tiene como tema "La fuerza de la vida en el sufrimiento".

La página evangélica ilumina espléndidamente este evento. Lo que está narrado en el Evangelio, mediante la Iglesia, se cumple también hoy en medio de nosotros, en nuestra comunidad nacional. En el nombre de la resurrección de Jesús la Iglesia hace sentir la cercanía de Dios al hombre; anuncia la "nueva doctrina" de Cristo y en Él obra la vida del hombre, de cada hombre.

Estimados hermanos y hermanas, una joven mujer se ha convertido en estos meses el "signo de contradicción" entre una cultura de la muerte y una cultura de la vida. Su cuerpo atormentado se ha convertido en la pregunta dramática dirigida a cada conciencia que piensa sobre los destinos del hombre: ¿a quién pertenece el hombre? ¿quién puede disponer de la vida y de la muerte del hombre? ¿quién es el dueño del hombre?

Estimados fieles, el caso spiritual del Occidente ha llegado a su ápice: si la vida del hombre no pertenece al hombre sino a Dios, ninguno puede disponer, por ningún motivo; si la vida del hombre pertenece al hombre, es coherente suponer circunstancias según las cuales, quienquiera puede disponer de la propia vida o pedir a otros que se ponga fin a la misma. La ilusión de poder edificar una morada humana "como si Dios no existiera" debería tarde o temprano conducirnos a este punto. En el cuerpo de esta mujer, y en su suerte, se representa el ícono de la suerte del Occidente.

Recemos para que el Señor done sabiduría a nuestros legisladores, de manera que sepamos por medio de normas justas, defender el bien de la persona, de cada persona. Respecto a nosotros, estimados fieles, la cercanía de Dios al hombre que la Iglesia nos regala, otra vez más nos hace repetir siempre con mayor convicción: "gloria de Dios es el hombre viviente, pero la vida del hombre es la visión de Dios" [San Ireneo, Adv. Hereses IV, 20,7; SC 100/2, 648].



La traduzione, non rivista dal Card. Caffarra, è di Dino De Paz Cigarroa